Un programa de Sergio Monsalvo C.
Equipo de Producción: Pita Cortés
Hugo Enrique Sánchez
Roberto Hernández C.
Escucha aquí el Mixtape de la serie:
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Una época, una canción y un concierto. Así podría anunciar la emisión navideña de este año que termina. Emisión que festeja los 30 años de la canción más escuchada en aquellos tiempos (y recientes): “Do They Know It’s Christmas?”, la cual contiene diversas historias y ofrece varias lecturas: la política, la social y, por supuesto, la musical.
En las más de doscientas canciones que ha compuesto Neil Finn a lo largo de su carrera, la cotización de sus atmósferas ha crecido y dado a su estilo un nombre propio. Y la gama que abarca desde lo melódico, por antonomasia, hasta la experimentación psicodélica (pasando por la New Wave, el pop rock, el indie, el dream pop o el space) le ha acarreado éxitos monumentales y ser nombrado como referencia incuestionable de la época.
ABC estuvo metido en la misma batalla existencial que sus inmediatos antecesores, los punks, pero con un signo diametralmente distinto: no renunciaban al futuro y querían vestir mejor al presente, literalmente; conseguir una mejor calidad de vida y buscar el desquite con el hedonismo. Llegó la obsesión por la ropa y el amor por el baile.
La estética del romanticismo es una de las herencias del rock. Su espíritu se sigue manifestando tanto en la actualidad como en el pasado (ahí están los subgéneros como el shoegaze, el dream pop, el emo o grandes pedazos del post punk para corroborarlo). Stefan Zweig es un autor austriaco de habla germana que hizo del romanticismo no sólo su obra sino su vida y muerte.
El autor Mickey Spillane ha influido notablemente en otros escritores y en otras disciplinas, como la pintura donde el artista plástico alemán Markus Lüperts lo cita como influencia decisiva, o en el mundo del comic book cuyo mayor representante, Fank Miller, lo señala como gran faro.
El rock mismo ha enseñado a la sociología, a la antropología y a otras ciencias sobre la investigación humana que pese a los esfuerzos por asentar el cliché cronológico en su hechura y escucha, una visión simplista del género, los hechos resultan subjetivamente más complejos.
Parker consiguió labrar un sonido más personal dentro de la corriente electrónica downtempo que se enriquece con elementos jazzísticos, centrado en la belleza más irreal posible. La suya fue una apuesta por estructuras aparentemente impenetrables que cuajaron sobremanera en el casi industrial disco Kiss My Arp: un reto del sonido.
El grupo Afro Celt Sound System, con una integración de elementos de diversos orígenes geográficos, ha derribado las categorías musicales entre la world music, el rock y la música negra. Viven como un proyecto de puertas abiertas lo mismo para el futuro que para la tradición. Son como un péndulo que va de las míticas tierras celtas a los modernos clubes de dance londinenses.
Cien años después de la publicación de Hojas de hierba, de Walt Whitman, el libro –que sublimó lo ordinario-- conectó con el sonido que lo intensificaría y daría a conocer a multitud de generaciones: el rock and roll. Y lo haría gracias a dos profetas de sus palabras: Jack Kerouac y Allen Ginsberg,
Arthur Alexander entró al estudio FAME de Rick Hall para grabar aquella canción. Hall llamó a los músicos de la banda local con la que tocaba y juntos grabaron “You Better Move On”. Rick Hall ganó suficiente dinero con ella para convertir FAME en un estudio de referencia histórica (un sitio por el que pasarían luminarias).
Si bien la existencia de Cream se redujo a dos años, el tríptico formado por Eric Clapton, Jack Bruce y Ginger Baker, representó el prototipo del grupo de rock exitoso y "moderno" de los años sesenta, el “Power Trio”. Caracterizado por un volumen fuerte, basado en el blues, audaz en el aspecto instrumental (imbuido en la improvisación del jazz del que 2/3 de sus componentes eran originarios) y muy rítmico.
Todo mundo se preguntó quién era esa mujer tan intensa y desacostumbrada y así surgió la información: se llamaba Janis Joplin, era una vocalista que vivía lo que cantaba; una estudiosa que hacía esfuerzos por poner al día la tradición de la bluesera clásica, tan olvidada, con Bessie Smith como materia prima de la cual abrevar; era una mujer liberada que le entraba fuerte al alcohol y a la pasión amorosa, dándole con ello un matiz propio a la era psicodélica, una cultura consumidora de ácido.
Con la exégesis músical que dio aquel grupo británico esa noche, en aquel auditorio de la ribera suiza, algo se movió para mí transfiriendo unos minutos de actuación en un tiempo de eternidad personal conectada permanentemente a su dinamo (y que gracias a la edición del disco con dicha presentación, Rockpile Live at Montreux 1980, puedo revisitar cada vez que lo requiera).
Primero fueron los literatos, los poetas, quienes hicieron salir a Nosferatu (y Drácula a la postre) de su ataúd. Luego vinieron los cineastas (con F.W. Murnau a la cabeza) y los actores como Bela Lugosi, Max Schreck, Klaus Kinski. En tiempos recientes les ha tocado a los músicos del rock evocar al vampiro.
Los entusiasmos e influencias de Syd Barrett se volvieron tópicas: oráculos chinos y cuentos de hadas infantiles; ciencia ficción de serie B y los textos de J.R.R. Tolkien; las baladas folk inglesas, el blues de Chicago, la música electrónica de vanguardia, Donovan, los Beatles y los Rolling Stones.
Las piezas que cantaba Patsy Cline distinguían a las mujeres de las niñas. Una balada suya cristalizaba las emociones, eliminaba las barreras entre el intérprete y el escucha, revelaba verdades y establecía la retroalimentación “soul to soul”.
A comienzos de los años setenta los Rolling Stones huyeron de Inglaterra en desbandada. Hacienda los tenía en la mira y les mordía los talones (como brazo armado del stablishment). Y también tenían detrás de ellos a un mánager que, tras quedarse con los derechos de todas sus canciones de la década anterior, quería zamparse por igual los derechos de temas todavía inéditos.
En lo netamente musical el jazz-rap es un subgénero del hip hop que incorpora influencias jazzísticas en diversos grados y niveles, según el artista y sus intenciones. El desarrollo en este sentido entre finales de los años ochenta (sus comienzos) y mediados de la segunda década de los años cero (cuando cumple ya un cuarto de siglo) ha sido patente.
En la Gran Bretaña de mediados del siglo XX todos los músicos descubrieron en algún momento su identidad musical. Y su punto de partida común fue el blues. Gente como Eric Clapton, Peter Green y Mick Taylor asistieron a la estricta escuela del blues que John Mayall dirigía, los Bluesbreakers.
Lo llamaban “Snake Pit”, un estudio de grabación en el centro de Hitsville USA, en Michigan, donde se producía la música que llevaba el sello de Detroit o el sonido Motown a fin de cuentas. Y con eso quedaba todo establecido, porque en ello se inscribían gloriosas composiciones, el frenesí juvenil, voces de leyenda, arreglos sublimes y bases rítmicas históricas.