El profundo pozo de potencial creativo expresivo que constituye la máxima fuerza del blues, tanto como la amplitud y fertilidad de su influencia en otros géneros, encuentran una ilustración sin par en una de sus representaciones más sobresalientes, el blues texano.
Las piezas del género rockero (en cualquiera de sus cientos de variantes estilísticas) han alcanzado emociones y objetivos profundos, es decir, la poesía (con Bob Dylan y Patti Smith como parámetros).
Straight Songs of Sorrow mostrará a todos los Mark Lanegan conocidos de una manera atingente y estruendosa. Es un trabajo de lucidez en donde el músico se descubre, se disecciona sin piedad y pone en la balanza las consecuencias de quien ha sido.
Bardo, intérprete, agitador. Ello es parte de lo que fue LeRoi Jones, un hombre multidimensional, ideal para conceptualizar como vehículo expresivo de tal lucha. El libro Blues People, de su autoría, lleva un subtítulo significativo: “Música Negra en la América Blanca”.
Cuando hablo de la influencia recíproca entre el rock y la poesía, debería poner énfasis en el hecho de que la poesía contemporánea se ha beneficiado más con el rock de lo que el rock ha obtenido de la poesía contemporánea.
La esencia fundamental del rock, su savia, es la intuición. Y a ella se remitió para cambiar las cosas, para innovarlas. La era Beatle había llegado a su fin y en este sentido hubo varias clases de innovación: algunas consistieron en cambiar de respuesta (o sea: evolución) y, otras, que llevaron a cambiar de pregunta (o sea: una revolución).
Desde 1972 han pasado 50 años (¡medio siglo!). Al comenzar los años setenta grupos y solistas como éstos (Rolling Stones, Lou Reed, Neil Young, David Bowie, Deep Purple) grabaron cosas trascendentes, produciendo con ello la mejor materia prima del momento.
Tras su aparente tinglado de novela negra, En el nombre de la rosa, está también su incuestionable condición de tratado filosófico y la de libro clásico que admite un sinnúmero de lecturas posibles.
El estigma del Too much, Too Young, se cumplió sin menoscabo alguno en la persona de Gene Vincent, uno de los jóvenes creadores del rock and roll primigenio.
En el fondo lo que Steve Coleman busca es un encuentro verdadero y profundo intercultural. El resultado indiscutible fue el disco The Sign and the Seal (1996) (cuyo título hace alusión al libro de un periodista inglés sobre el destino del Arca de la Alianza), disco magistral cuyo subtítulo debe tomarse al pie de la letra.