Durante la época prehispánica, los lagos dominaban el paisaje de la ciudad de México. A partir de la Colonia, la política fue drenar dichos lagos. Para mediados del siglo XX, las aguas superficiales empezaron a escasear y las autoridades iniciaron su importación de una cuenca vecina: el sistema Lerma. En los ochenta se comenzó a recurrir también a la cuenca del Río Cutzamala. Un documento de 2010, elaborado por el Consejo de Evaluación del Desarrollo Social del Distrito Federal, señala: Nuestra escasez de agua “tiene que ver con la constante expulsión que se continúa haciendo de las aguas pluviales y residuales. Si dejaran de funcionar los sistemas de drenaje y expulsión de las aguas del Valle de México, se volverían a formar los lagos; o más bien, se inundaría gravemente la ciudad pero con una mezcla de aguas pluviales y aguas negras”.
“Machu Picchu es el símbolo –conflictivo– del Perú de estos días, porque su excepcional arquitectura incaica ensamblada con el paisaje andino atrae a miles de turistas y viajeros tanto nacionales como internacionales generando significativos ingresos económicos a determinados sectores empresariales y marginando a los ancestrales residentes locales. Esta marginación, inicialmente económica, se reproduce en el centro del discurso de un Estado-Nación construido en el siglo XIX, mediante la elaboración del concepto de “patrimonio cultural” o la apropiación por parte del aparato central del Estado (peruano) de la memoria material colectiva de los diferentes pueblos nativos”.
“Un documental sobre el canto de mujeres afrocolombianas que resisten a la violencia. Una mujer se adentra en un campo sembrado de plátanos, en los Montes de María (Caribe colombiano); todo ahí es de un verde lleno de agua y las plantas varían unas de otras, la piel negra de la mujer brilla en el paisaje. Esa diversidad contrasta con una gran plantación de monocultivo de palma africana que hay junto a sus tierras. Ceferina Banquéz está acompañada de su familia y cuenta al público de ‘Cantadoras, memorias de vida y muerte en Colombia’ cómo fue atraída por el bullerengue. Cuando tenía nueve años escuchó en las voces de sus tías los cantos de la tradición musical más afro del país; desde ahí la música es su compañera más fiel, la que la regresó a la vida después de la violencia y el desplazamiento, según sus propias palabras”…