En los años sesenta, muchos jóvenes aficionados blancos al blues empezaron a coleccionar las obras de los maestros del country blues primigenio. Entre ellos estaba un muchacho apasionado, tímido, barroso y con lentes gruesos, que desde hacía algún tiempo ya tocaba la guitarra, y el cual se sentía solo e incomprendido en un mundo donde un purista del blues, como él, era obsoleto.