¿De entre los atavíos del género rockero —las drogas, el alcohol, las mujeres fatales, las obsesiones de los fans, la vida de las giras, los traslados, el estrés — es de manera inherente el acto mismo de ser uno de sus intérpretes destacados, de sus divulgadores más escuchados, de sus representantes más conspicuos, algo mortal o peligroso? ¿O será que las personas elegidas por el rock de antemano poseen una línea de vida debilitada y estén destinadas a una muerte prematura sin importar los avatares?