Por la casa del reverendo Franklin en Detroit, un predicador turbulento, gran orador y seguidor de Luther King, circuló la intelectualidad negra (del arte y la política) para intercambiar ideas. Lo hicieron, además, enriquecidos por la música góspel del coro de la iglesia de dicho reverendo. Ahí destacaba sobremanera la voz de una de sus hijas: Aretha, nacida en 1942, en Memphis.